sábado, 16 de abril de 2011

Mi calle

La describiré, intentaré hacerlo, desde mi ventana, pues casi siempre oigo lo que pasa en ella, desde mi pieza y junto a la ventana que quizás me pertenezca.

Una es, mejor dicho, un pasaje, un pasaje que forma ángulo recto con la de afuera, la avenida que tras un par de años necesitaba maquillaje. La calle pasaje comienza en la calle avenida y culmina donde acaba el cemento y comienza la tierra. Está paralela a la posición que adopto al escribir el papel del monitor, al entrarme en estas combinaciones infinitas de unos y ceros con los que veo mucho más allá de sus formas, con los que imagino viajo entre los cerros del valle que al este se forma, lo cruzo, así como a la multitud de cerros, vuelo sobre la cordillera de Nahuelbuta, rozo la piedra del águila, veo la depresión intermedia, bajo a caminar por los Andes, cruzo ciudades y pueblos argentinos y ahora vuelta al mar que supuesto nos baña, luego las costas del África, de la real, Ciudad del Cabo, Durban, Johannesburgo, Kalahari, Botsuana, Tanzania, La pesadilla de Darwin, el lago Victoria, el África subsahariana toda, África desolada, todavía conflictos, guerras, pues les consumen la vida, pues les consumen la vida. Serengetti parque, creo es el más escuchado, reserva de animales, de flora y fauna. África de grandes desiertos, de grandes arrobamientos, de aquellos más implacables que los que resultan de los laberintos hechos por el hombre, más nausea que ante el minotauro ver el hilo, que queriendo salir del ideado por Ecco en El Color de la Rosa, algo del Laberinto del Fauno de un director español cuyo nombre no recuerdo, algo de los laberintos bajo pirámides mayas, laberintos que subían y bajaban la oscuridad, el alma del que corría esta prueba, pues de ahí salían los hombres, pues la experiencia que les quedaba no es la que no les quedó a quienes no alcanzaron tiempo suficiente para más escapar, quienes se acompañaron de cucharas, palos y un robusto reo que se quedó atrapado y que sirvió de tapón.

Algo de todo esto tiene la calle pasaje y la calle avenida que escucho y a veces veo desde mi ventana, laberintos que duran lo que dura la vida, con muros invisibles a muchos, mientras que otros ven barricadas de fuego en sus márgenes, generaciones y  generaciones que nacen, mueren y vuelven a nacer en estas calles, perros con los ojos sumidos en la nostalgia que muchos no tienen, pues no conocen más, nacieron al filo del tacho de la basura, ahí donde comienza la tierra y acaba el cemento, con hambre todo el día, las costillas marcadas, el vientre abultado, pero no de reposo sino de desesperanza que han aprendido a calmar con unas cuantas mascadas en la basura, cuerpos jóvenes que no lo muestran, niñas con el vientre lleno de cabros chicos, niñas con coches a punto de caer, ojos rojos con venitas, narices limpias a más no poder, duros se les ponen los miembros, dura la cabeza, duro el espinazo, como el de los caballos flacos y sus carretones, recuerdo un cuento de Chejov, pero no el nombre.

La calle avenida que tras un par de años necesitaba maquillaje, hoy es más calle avenida y ya no requiere maquillaje cada par de años, ahora tiene paraderos y vías exclusivas, sólo para buses, sólo para vehículos particulares, eso sí, los paraderos no los son, ni lo son las vías exclusivas, pues sirven de hoguera, leñera que recibe neumáticos unas cuantas veces al año y que llevan el negro hasta las casas, las piezas, el baño, dondequiera los zapatos ganen un lugar. Los paraderos tampoco lo parecen, supuestamente deben resguardar del agua y del viento, pero estos grandes esqueletos de vidrio y metal son más fríos y altos que la sensación que experimento cuando el volantín en mis manos, que de niño nunca los tomaron. Pero algo muestran estos paraderos flacos y altos, la mimesis entre los hombres y los perros, pues esos nunca faltan, tampoco el sapo, el borracho, el que no hace ná, el perro que pasa las horas bajo su ropaje de pelos pocos a causa de la tiña.

A veces pienso que el único brillo acá se provoca cuando el sol da a la ventana del pabellón frente a esta pieza que ocupo y me pican los ojos con su reflejo.    

Francoriel

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