lunes, 18 de abril de 2011

Lo que arrojó la Ola


No sabía a dónde iba, ni a qué. Hacía mucho que no me sentía tan desorientada como ahora. Mis bototos nuevos de montaña me motivaron a caminar por entre los árboles otoñales de mayo; la noche anterior había llovido y el barro se pegaba en ellos, pero no me importaba.
En mi mochila un termo con chocolate caliente, una brújula, mi celular, un sándwich con jamón de pavo y palta y comencé la escalada. A priori imaginaba que al final de la excursión llegaría con un trofeo, algo así como el premio mayor, como el pez más grande y apetitoso del río, algo que simbolizara un verdadero y sublime logro, algo concreto e indudable.
Atrás quedaba la ciudad devastada por la tierra en movimiento. Mi catástrofe interna era mayor y la reconstrucción recién había comenzado. El olor de la naturaleza nativa, de esas flores y frutos mojados por el agua llenaban mis pulmones de un aire renovado. Era un comienzo.
Quería olvidar la mala racha y los aspectos menores del ser humano, esos que aunque se quieran ocultar salen al menor descuido. Una nueva vida debía comenzar, una nueva realidad.
Las últimas casas de la laguna quedaban a lo lejos, el terreno baldío y solitario ya lo sentía en mis pies. Hago un alto en el mirador para descansar un poco y exhalar profundo. Un haz de luz se cuela de entre las ramas cegando un poco mi vista, cierro los ojos y trato de mantener la fe que el final si valdrá la pena. Este es mi último intento, me digo, ya no más, si ahora no funciona, si no logro surgir de entre las aguas y ver la claridad, estoy perdida, si no mejor sería perderme en el sinfín.
Comienzo nuevamente a caminar, cada paso se hace lento como si algo no me dejara avanzar, me enfurezco conmigo misma, respiro y lo intento otra vez. Una empinada y angosta cuesta es mi próximo desafío, debo sujetarme con una liana para no caer al precipicio, que por muy exuberante y llamativo no sabría cómo salir de él. Tengo sed, pero debo tener mis manos libres para aferrarme a lo que sea, cuando llegue al otro extremo podré beber un sorbo de agua. De reojo me percato de lo bello del paisaje, pero no puedo detenerme a verlo, tengo que concentrarme en llegar al otro lado a como de lugar. Salgo de ésta con mucho esfuerzo.
Ya es mediodía y estoy exhausta, la mayoría del camino ha sido cuesta arriba. No hallo la hora de llegar a la cima y contemplar el vasto paisaje que debe haber allí. Mi estómago reclama algo de comida y mis pies desean hacer un alto.
Ya casi llego a la mitad del camino y me pregunto por qué en todo el recorrido no he hallado lo que busco, que tampoco sé qué es. Qué dilema.
Al final de mi vista diviso un tronco añoso, como si alguien lo hubiera tallado para mí, me invita a sentarme y a descansar la subida de esta colina, de esta larga y tediosa colina. Mis botines salen disparados, mis pies ya no lo soportaban, masajeo un rato mis dedos y siento alivio, cada vez más alivio, hasta sentirme relajada, como en un sopor que no me deja distinguir si estoy en esta realidad o es una invención haber llegado hasta este momento.
Entre la neblina de mi alma, veo un colibrí azul, su canto me indica que sigo internada en el bosque, pero a la vez me lleva lejos, cuando era una niña y caminaba por entre las olas en una playa del sur, me parecían gigantes, a veces les temía como si quisieran llevarme para no devolverme nunca. Me quedaba en la orilla, no me atrevía a más, además el agua siempre estuvo helada, como un témpano. Desde la playa me transportaba a los mares cálidos de Centroamérica, donde la gente parece ser feliz y estar a gusto, pero debía conformarme con estas aguas. Mi familia al parecer estaba lejos, era común apartarme y estar en soledad.
Imaginaba mi futuro, en lo feliz que sería al llegar a la adultez, qué ingenua era, me digo ahora, pero cuando ya ha pasado mucha agua bajo el puente, aún quiero ser como esa niña, que frente al mar lanza al infinito sus más tiernos deseos de prosperidad.
Océano malo devuelve lo que me pertenece, por qué te llevaste mi futuro, mis esperanzas, mis promesas, aquí estoy parada frente a ti nuevamente, esperando recuperar lo mío. No seas egoísta y lanza mis pertenencias y aprovecha de llevarte mi bolso cargado de males, de negatividad, fracasos y desilusiones. Llévatelo, llévatelo y dame lo míooo.
Las olas me mojan, caigo tumbada en la arena, mi ropa toda empapada se pega a mi piel y me quedo tirada, sin energías, finalmente el sueño me gana y ya no me importa estar helada.
Siento al colibrí más cerca, creo que está en el árbol más próximo. Mis ropas están mojadas, por el mar de lágrimas que derramé sin darme cuenta. Al parecer caí rendida y sumida en un ligero sueño. Veo mi reloj y ya ha pasado una hora, debo retomar la marcha, busco mis bototos y me dispongo a seguir.
No sé si es la falta de comida, pero me siento más liviana, como que hubiera bajado un par de kilos, hasta mis pies están más deshinchados. Los árboles se hicieron a un lado para mostrarme una llanura despejada que me indica que he llegado a la cima, qué alivio! Corro hasta allí y me pongo a meditar mientras abro mi morral y preparo mi almuerzo. Pienso en las olas del mar que me hablan como si fuera parte de ellas. En esta gran vista diviso el esplendor del océano y su desembocadura, las tupidas colinas que rodean esta ciudad y algunas construcciones por las laderas.
Mi emparedado sabe delicioso, como si fuera la primera vez que probara el pavo y la palta. Mi agua mineral sin gas refresca mis sentidos y me hace pensar en la importancia del agua en mi vida. Ubico el norte y me recuesto en el pasto, estiro mis piernas, mis pies y me mezclo con las copas de los árboles mirados desde abajo.
Algunas gaviotas cruzan mi cielo formando una V, parece que van al norte. El colibrí me ha seguido, quizás quiere compañía o tan sólo que alguien escuche su piar. Ya no estoy sola, este pequeño pajarillo requiere sentirse acompañado. El bullicio del pueblo está ausente en este lugar, sólo mis pensamientos me invaden, la brisa agita mis cabellos trayéndome aires nuevos. Un exquisito aroma llega hasta a mí, es un olor que me llama, que viene cada vez más intenso y los deseos de seguirlo es más fuerte en mí cada vez.
Mezcla de lavanda con miel, pomelo y canela, entre dulce y cítrico, me recuerdan las masas dulces de mi infancia. Un cheesecake con salsa de arándanos, frambuesas y fresas, una delicia a mi paladar, mmmm… no resisto la tentación, tomo mis cosas y me largo tras la fragancia que deja esta estela.
El camino se enangosta hasta llegar nuevamente al bosque tupido y oscuro. Los rayos del sol no llegan hasta aquí, pero no tengo miedo, ya no me encuentro perdida como al inicio de esta caminata, algo sublime me guía, me indica que debo seguirlo. Ahora pareciera que todo el lugar está impregnado con este olor. Mi nariz sigue la ruta del aire fresco y dulzón. Lo siento puro, limpio, como el de un bebé.
Cruzo la zona húmeda ya en bajada, un alivio a mis piernas y espalda. La fragancia es cada vez más intensa, mi curiosidad también se hace más fuerte, veo las primeras casas de la villa y me pregunto si de una de ellas, es la que emana este aroma.
El final de mi camino viene a dar al patio trasero de una casa. Allí dos niñas juegan a las muñecas. Una revuelve un tarro de aluminio y la otra le va dando indicaciones. Distingo que de allí proviene el motivo de mi atención. Lentamente me acerco a ellas, me ven y van a mi encuentro, me sorprende su afectuosidad, especialmente hacia una extraña. Me cuentan que todos los días realizan la misma preparación con la esperanza que alguien perciba la mezcla. Me acerco para ver qué cocinan y sólo veo tres piedras, un clavo y una cuerda en el interior del tarro.
Cómo puede emanar tan agradable olor, me pregunto. La más pequeña me dice que estas cosas las arrojó una ola cuando un día fueron al mar, y que las llevaron a casa para jugar a la cocina y desde ese día se afanan en revolverlos en este tarro oxidado.
De tres piedras, un clavo y una cuerda pueden salir las más exquisitas y perfectas preparaciones que uno pueda imaginar, recalca la mayor, siempre y cuando provengan de lo alto, del cielo, de arriba y me apunta con su dedo índice.
Cuál es la diferencia con las de aquí abajo, le pregunto. Ah, es que las de arriba son mágicas, sin impurezas y más livianas, ves! En una bolsa de papel la chiquitita guarda la tres piedras, el clavo y la cuerda y me las entrega. Ahora ya puedes volver a tu casa y preparar las más deliciosas recetas, sólo no dejes de revolver.
Las meto en la mochila y camino rumbo al paradero del bus. El final de mi excursión valió la pena.

FIN

Por Silvana Acuña Serón.

San Pedro de la Paz, 03 de junio de 2010.

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